A raíz de los meses de confinamiento debido a la crisis sanitaria de la COVID-19, la relación entre la vivienda y la salud de las personas, tanto su salud física como mental y su bienestar en general, han vuelto a formar parte del debate de la sociedad.
En estos meses, hemos recordado lo importante que es para nuestro bienestar el tener una vivienda con iluminación y ventilación natural, libre de sustancias tóxicas, con un espacio funcional y flexible, o un espacio con un nivel sonoro adecuado para trabajar y descansar. Así como la crueldad del aislamiento social, especialmente para mayores, niños y personas vulnerables para los que el acceso a la tecnología puede ser una barrera importante para comunicarse.
Pero por desgracia, no todas las viviendas cuentan con materiales constructivos de calidad o pueden garantizar adecuadas condiciones de iluminación, ventilación, silencio, confort o incluso seguridad. A nivel urbano, son pocos los que pueden acceder desde su vivienda a un espacio verde, al trabajo, al médico, a la escuela o a otros servicios andando o en bicicleta, porque las distancias y el diseño de las calles se lo permita.
Nuestro parque de viviendas, pensado para familias nucleares con hijos menores, no se ajusta a la realidad de la población que lo habita, cada año más envejecida (la población de 65 años y más en 2020 es del 19’58% respecto al total) y con personas que viven solas en un alto porcentaje (25’7% del total del parque inmobiliario en 2019).
Con todo esto en mente, en la sesión se presentó el Plan estratégico de Salud y Medio Ambiente y se reflexionó sobre la relación de la vivienda y la salud, el espacio construido y los cuidados y se exploraron ideas y propuestas para que la vivienda sea un espacio resiliente y sostenible, capaz de albergar nuevos estilos de vida y personas con distintas necesidades a lo largo de toda su vida útil.
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